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lunes, 28 de noviembre de 2011

La arquitectura de un capítulo

Recuerdo que, en mis inicios, nada había que me gritara con más fuerza "¡Tu trabajo es excelente!" que darme cuenta de que había escrito un capítulo bastante largo. En cuanto atisbaba un capítulo, a mi entender, demasiado corto, enseguida evaluaba que algo iba mal y, sin dudar, procedía a reescribirlo. ¡Qué despropósito! O eso podría haber pensado un ocasional lector.
Hoy en día los capítulos, cuanto más cortos, mejor. Una novela de doscientas cincuenta o trescientas páginas, pedirá capítulos de diez o doce páginas. ¿Por qué? Porque una novela, una historia, es un camino paralelo en el día, en la semana, en el mes del lector. Entonces, ¿algunas vez han escuchado la expresión "hermoso día, se me hizo interminable"?

Si bien como sí hay días en nuestras vidas que no tienen desperdicio, hay capítulos que tampoco lo tienen, convendría no apresurarnos a cerrarlo, de modo que el lector acuda al siguiente manteniendo la expectativa, el regocijo o el suspenso.

Un capítulo excelente pero demasiado largo, puede agotar el encanto. Podríamos decir: dos amantes que se encuentran en la mañana y no pueden contener el latido de sus corazones, si acaso no se despidieran a tiempo hasta el próximo día, ya en el ocaso habrán asimilado tal cercanía, y la emoción mermará.

Una novela debe ser el equivalente a la historia perfecta de dos amantes; no debe ser un noviazgo, ni un matrimonio. A lo sumo, eso se descubre al final. Si se trata de una obra maestra o de una obra entrañable, el lector se casará con ella y volverá a leerla una y otra vez, ya no buscando emociones sino otro tipo de placeres. Sin embargo, lo primero es lograr el amor a primera vista. Y para eso, encuentros fugaces que mantengan el corazón acelerado y en llamas la expectativa por lo que vendrá.

Un primer capítulo

En lo posible, deberá ser el más conciso y el más "exitoso" en ese increíble arte que es atrapar al lector. Es entornar la puerta para que se vislumbre lo que hay más allá e instarlo no a que la abra con timidez, sino a que entre a las corridas.

Capítulos intermedios

Preferentemente los exordios (revoluciones de la trama) deberían acomodarse en las primeras dos o tres páginas, y en las últimas dos o, mejor aún, en la última del capítulo. Las páginas intermedias deberían tener el sonido de la cuerda del arco que se va tensando para luego disparar. Un remanso engañoso a la vez que explicativo; el porqué de lo que sucedió, el cómo de lo que transcurre y el tal vez de lo que vendrá. De esa forma, si tenemos el talento, los capítulos serán "trampas" de emoción que no dejarán escapar al lector.

Capítulo final

Tal vez sea el capítulo en el cual el escritor pueda pensar menos en el lector que en sí mismo. Si el lector llegó a esta instancia, el trabajo de engullirlo en las fauces de la trama fue hecho. Ahora se trata de decidir. Legaremos: ¿asombro? ¿Sorpresa? ¿Melancolía? ¿Una enseñanza? ¿Terror? ¿Un felpudo frente a la puerta del innominado estadio que sucede al sueño confundiéndolo con vigilia?

Por otra parte, es menester tener en cuenta que, sea caminando o leyendo, los caminos, las señales, lo concreto siempre animará a seguir adelante. Es en el desierto que uno no sabe para dónde ir. Diseñar un capítulo es crear el tramo de un camino. Sin diseño, estaremos a la deriva en un desierto sin horizontes, y lo malo para los escritores, cuando crean estos desiertos (la mayoría de las veces, sin querer), es que el lector puede escapar de ellos con un solo movimiento de sus manos: pueden cerrar el libro.

S.R.B.C.

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