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jueves, 8 de noviembre de 2012

Autobiográfico sin remedio

Una poesía, un cuento, una novela, un relato; ni qué decir, una crónica… cualquiera sea la labor narrativa a la que nos entreguemos, mojaremos (lo queramos o no) la pluma en el tintero de nuestro pasado, de nuestras experiencias y, sobre todo, de nuestro pequeño punto de vista a propósito del Mundo, del Hombre, del Amor, de la Guerra, de la Paz, de la Justicia, de la Política; emociones humanas, hechos tomados de la realidad, de la historia, de las noticias.

En cierto nivel mental, escribir semeja la estructura de un sueño, con la salvedad de que el escritor (no así el durmiente) es consciente de este “sueño”, y, así, lo crea a su antojo.

El sueño no es más que una fantasía que escapa a nuestro control; la escritura es la creación de fantasía, mediante el ejercicio de un control sobre ella. Pero ambas acciones, sueño y escritura, tienen un punto en común: cualquiera sea el mundo en nuestra mente, es sólo nuestro, somos ese mundo, somos cada personaje de ese mundo, y cada elemento, cada tiempo y cada personaje de ese mundo provienen de nuestro pasado, de nuestras experiencias y de nuestro pequeño punto de vista.

Si yo sueño con un dragón, ¿significa que un dragón ha llegado desde alguna tierra lejana a visitarme mientras duermo y que, de alguna manera, se ha metido en mi mente y ha creado un mundo alterno? Una respuesta afirmativa resultaría ridícula. Por tanto: si el personaje principal que construyo para un cuento breve mide tres metros, pesa doscientos kilos y tiene colmillos de lobo, recurriendo a la misma lógica podemos decir que ese personaje no existe, y que de ninguna manera es autobiográfico, si atendemos a las características físicas.

Pero acá viene lo interesante. Tanto el dragón de mi sueño como el ser antropomorfo de mi cuento breve ¡existen!  No son más que el remanente subconsciente de toda una vida de imágenes, sonidos, música, libros, películas, juegos, educación, sueños, fantasías e imaginación. Nosotros somos el dragón. Nosotros somos el ser antropoide.

Lejos de resultar algo que provoque temor (muchos escritores pretenden NO SER autobiográficos –para mí, algo imposible desde lo lógico-), la "consulta" autobiográfica debería ser un metal del cual proveerse para componer las estructuras más sólidas que jamás hayamos imaginado; es un buen camino para ponerse en condiciones de crear el mundo ficticio más grande (comprendido en todo sentido) desde nuestro diminuto punto de vista.

“Somos nuestra memoria, somos ese quimérico museo de formas inconstantes, ese montón de espejos rotos”. Jorge Luis Borges

S.R.B.C. 

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