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miércoles, 18 de julio de 2012

Reseña de mi último trabajo de corrección ("Instrucciones para dar el gran batacazo intelectual argentino", Juan Terranova). Leedor.com

Instrucciones para dar el gran batacazo intelectual argentino
Juan Terranova
(Editorial Reina Negra, 2012, 154 págs.)


«Dinosaurios en el mapa»

Juan Terranova había publicado en 2010 el libro de relatos “Música para rinocerontes”, que bien puede servir de antecedente a la hora de estimar su evolución como creador de ficciones breves. En ese sentido, “Instrucciones para dar el gran batacazo cultural argentino” aparece como un volumen mucho más sólido y disfrutable. Cuentos como “Mi fin del mundo nuclear”, “Hablame de lagartos”, “La sangre de España no mancha las manos” y “La masacre del equipo de Volley”, en su diversidad de coordenadas (cuento de zombies en “La masacre…”, ficción postapocalíptica en “Mi fin del mundo…”) aparecen como logradas apuestas por una narrativa orientada a la trama.

“La masacre…” propone un giro en el subgénero de relatos de zombies, eliminando las connotaciones apocalípticas e introduciendo una lectura de los lugares comunes de estas ficciones desde YouTube y los medios de comunicación: un mundo en el que retratar en video y al calor de las redes sociales las muertes a cargo de los zombies (una suerte de variante fantástica de las snuff movies, digamos) es otra forma de entretenimiento intrascendente y ominoso. “Mi fin del mundo nuclear”, por otra parte, es un ejemplo más clásico, si se quiere, de ficción postapocalíptica, con su Japón arrasado por la contaminación nuclear y la oportunidad de generar poesía quimiopunk como, por ejemplo, “murieron ahogados o aplastados, pero igual tienen ojos de uranio enriquecido, la boca llena de agua radiactiva, sus dientes negros de plutonio despiden las ondas electromagnéticas de la muerte” (p.33).

Otra región de los cuentos incluidos en el libro resuena notoriamente con su título e incluye una serie de textos que se proponen resolver cierta continuidad entre el relato y el ensayo, apelando en general a la peripecia intelectual de un narrador fácilmente vinculable a Terranova y algunos de sus referentes estéticos.

El más “ensayístico”, entonces, es el texto “Sobre Ricardo Piglia”, donde una serie de lecturas de los libros del escritor son hilvanadas en lo que puede leerse, también, como una pequeña autobiografía, una suerte de “retrato del joven escritor como intelectual”. Leído en relación a “El joven Aira”, que carga más las tintas hacia el lado del relato o la anécdota, parece (parecen ambos textos, es decir) esbozar un posicionamiento de Terranova en relación a la literatura reciente de su país. Esta línea se vuelve claramente visible por momentos; por ejemplo, en la página 99 leemos: “…las clases [impartidas por Piglia] organizaban la lectura de tres novelistas contemporáneos: Rodolfo Walsh, Manuel Puig y Juan José Saer. Cada uno, explicaba Piglia, era una manera diferente de entender el género. En ese momento no comprendí por qué el programa no incluía a César Aira y terminaba de cerrar el círculo”. En otro momento del relato el narrador se alegra de no haberse animado “a mostrarle mis apuntes donde la famosa pregunta formulada en “Respiración Artificial”, “¿Quién de nosotros escribirá el Facundo?”, se respondía retroactivamente con “Mi Lucha”.

Aunque ahora que lo pienso “¿Quién de nosotros escribirá “La comunidad organizada”? suena bastante mejor” (p.100). La referencia a la conferencia pronunciada por Perón en 1949 (y publicada en 1952), además, arroja una línea hacia otra línea generadora de significados del libro, desde la que resalta claramente “Algunos personajes y situaciones que no deberían formar parte de un libro sobre el peronismo”.

Es en “Sobre Ricardo Piglia”, entonces, donde Terranova arriesga más claramente un mapeado de la literatura argentina e iberoamericana leída y producida por su generación: “desde la evidente relación con (…) “El vano ayer” hasta Patricio Pron, pasando por Edmundo Paz Soldán y llegando hasta el Rodrigo Fresán de “El Fondo del cielo”, Piglia se para (…) en tensión con todos los narradores que versionen, mezclan o desarman algunos de los engranajes de la novela de tesis. (¿Y quién puede negar que “Las teorías salvajes” de Pola Oloixarac es una puesta a punto, un upgrade del género como lo fue alguna vez Respiración Artificial?)” (pp 106-107). En el relato, de hecho, se alude a una fiesta de fin de año ofrecida por Paola Lucantis, en la que “Oliverio Coelho (…) no se sentó con nosotros en el jardín, y Matías Capelli (…) repitió varias veces que la última novela de Martín Kohan le había gustado mucho porque “no era inteligente ni tenía ningún gesto de inteligencia”” (pp. 107-108). Piglia, entonces, podría pensarse como el centro desde el que mapear la literatura argentina, o, iterando el concepto, cabe proponer que Terranova arma una ficción de la literatura argentina desde la que es posible que Piglia ofrezca la pauta para establecer un mapa de la literatura argentina.

Esta preocupación por el contexto de las escrituras también aparece en el cuento que da título al libro, donde el narrador ofrece a un amigo un set de instrucciones para obtener un premio, lo cual, se establece, es la mejor puerta de entrada al mundo de la literatura:

–¿A vos te gustaría ganar un premio?
–No sé… –dije.
Dudé. Me había agarrado con la guardia baja.
–¿Por qué no?
Volví a dudar-
–Bueno, yo me gano la vida escribiendo. Creo que un premio me ayudaría. (p.127)

Más adelante el narrador confiesa envidiar a quienes han ganado algún premio, y comprende “lo difícil que era recibir ese reconocimiento (…) solamente escribiendo” (p.128). Al mismo tiempo, comprende, no es posible “estar en contra de los premios. Es posible no participar, ironizar al jurado, denunciar un arreglo. Pero estar en contra de los premios era, y lo sigue siendo, algo infantil”. Hay algo de vocación de outsider, de todas formas, en la distancia reflexiva (y en su contrapartida emocional) que el narrador se propone en relación a los premios; el final del relato (“…salimos. Afuera la noche estaba agradable”, p.130) parece jugar con las tensión entre el “adentro” del mundo literario y un posible “afuera”, quizá una posibilidad perdida hace tiempo, aunque persista como lugar posible para cierta visión, la misma vocación mapeadora de “Sobre Ricardo Piglia”.

Entre la narrativa más “pura” (por llamarla de alguna manera) y los relatos atravesados por niveles de reflexión metaliteraria “Instrucciones…” propone un abanico de textos, capaces de acercarse, según que líneas de lectura se privilegien, hacia alguno de estos polos. “Los hermanos rusos” (cuyo título dialoga con “Los amigos soviéticos”, probablemente la mejor novela de Terranova junto a la más reciente “El vampiro argentino”) puede pensarse como el mejor ejemplo de un lugar intermedio: comienza refiriendo a una anécdota de la vida del formalista ruso Víctor Sklovksy y pronto pasa a la narración de un episodio policial protagonizado por dos hermanos rusos, que irrumpe a través de la prensa en la vida del narrador durante un verano en Las Heras, provincia de Buenos Aires, más o menos al mismo tiempo que se lee una historia del formalismo ruso. En el tejido, la interacción entre ambas historias (la de Sklovksy y la de los hermanos) aparecen nodos, puntos más densos en una red de significación: Kusturica, Arlt, Jack London. Pero en la tercera y última sección del relato se propone una historia más, aparentemente sin relación con las anteriores (“con algún esfuerzo, las dos primeras historias se podían llegar a relacionar (…) Pero la historia de los guardavidas no tenía nada que ver”), que, sin embargo, parece guardar la posibilidad de “cerrar un posible relato”. El narrador, entonces, acomete la tarea de escribirlo, y fracasa; este texto-dentro-del-texto es sugerido como una instancia de lo no logrado, de lo que jamás podremos leer, pero, a la vez, a partir de la narración de ese fracaso accedemos a lo que parece un cierre de las tres historias (o cuatro, si contamos el texto no escrito): el narrador visita con su padre una muestra de réplicas de fósiles de dinosaurios traídos desde Rusia, llamada “dinosaurios rusos en Buenos Aires”, y parece convocarse la posibilidad de una clausura, una suerte de epifanía final (¿dinosaurios, muerte, monstruos, la presencia del padre, extinción, fósiles?), que queda a un nivel oculto, una suerte de revelación que se siente inminente pero que no se produce. El final del relato, entonces, deja al lector con ese desasosiego; una sensación que permea todo el libro de Terranova: cierta angustia, quizá, cierta incomodidad de lugar, por llamarla de alguna manera. ¿Desde dónde se está hablando? ¿Desde dónde se narra? ¿Desde dónde se intenta no sólo insertar una nueva propuesta en la literatura argentina sino, a la vez, proponer dentro de ella una imagen de su territorio? Terranova no tambalea, no parece dudar, pero hay cierta amargura o descontento en su irrupción, en la constatación, quizá, del lugar desde el que está hablando. Este es el mapa, parecería decir, y acá estoy yo, pero debería estar en este otro lugar, así que mejor me vuelvo a plantear si sigo jugando. Las “instrucciones para dar el gran batacazo intelectual” parecen quedarse de este lado del batacazo: se habla de cómo darlo, se lo describe, y al final se sugiere que quizá no valga la pena el esfuerzo; pero, a la vez, se describe una situación que reclama un cambio, una revolución. Que probablemente no se dé. No se puede estar en contra de los premios (entendidos ahora como clave del status quo, de esa situación que quedaría destruida por el eventual batacazo), después de todo.

En rigor, el libro (ahora leyéndolo todo desde su título) se queda en las instrucciones, pero no se propone como el disparo de ese batacazo invocado; permanece –en su costado digamos “intelectual”, no necesariamente en su musculatura narrativa, que es en general impecable– como una exploración lúcida, amarga y, hasta cierto punto, pasivo-agresiva. Porque quizá el gran batacazo, el verdadero batacazo, en el fondo implique quemarlo todo, incluso la propia obra. O quizá no; la polaridad del libro (narrativa, incluso narrativa de género versus exploraciones del ambiente intelectual) parece rerrutear la vida hacia uno de los extremos, desde el que el mero placer de narrar, quizá, termine siendo esa noche cálida y agradable, esa salvación, ese lugar donde no hace falta dar ningún batacazo o donde no importan en lo más mínimo los batacazos. Es posible leer el nuevo libro de Terranova desde esa perspectiva; de cualquier forma en que se lo haga, en todo caso, se estará ante uno de los mejores trabajos de su autor.



 

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