En cierto nivel mental, escribir
semeja la estructura de un sueño, con la salvedad de que el escritor (no así el
durmiente) es consciente de este “sueño”, y, así, lo crea a su antojo.
El sueño no es más que una
fantasía que escapa a nuestro control; la escritura es la creación de fantasía,
mediante el ejercicio de un control sobre ella. Pero ambas acciones, sueño y
escritura, tienen un punto en común: cualquiera sea el mundo en nuestra mente,
es sólo nuestro, somos ese mundo, somos cada personaje de ese mundo, y cada
elemento, cada tiempo y cada personaje de ese mundo provienen de nuestro
pasado, de nuestras experiencias y de nuestro pequeño punto de vista.
Si yo sueño con un dragón,
¿significa que un dragón ha llegado desde alguna tierra lejana a visitarme
mientras duermo y que, de alguna manera, se ha metido en mi mente y ha creado
un mundo alterno? Una respuesta afirmativa resultaría ridícula. Por tanto: si
el personaje principal que construyo para un cuento breve mide tres metros,
pesa doscientos kilos y tiene colmillos de lobo, recurriendo a la misma lógica
podemos decir que ese personaje no existe, y que de ninguna manera es
autobiográfico, si atendemos a las características físicas.
Pero acá viene lo interesante.
Tanto el dragón de mi sueño como el ser antropomorfo de mi cuento breve
¡existen! No son más que el remanente
subconsciente de toda una vida de imágenes, sonidos, música, libros, películas,
juegos, educación, sueños, fantasías e imaginación. Nosotros somos el dragón.
Nosotros somos el ser antropoide.
Lejos de resultar algo que
provoque temor (muchos escritores pretenden NO SER autobiográficos –para mí, algo
imposible desde lo lógico-), la "consulta" autobiográfica debería ser un metal del cual proveerse para
componer las estructuras más sólidas que jamás hayamos imaginado; es un buen camino para ponerse en condiciones de crear el mundo ficticio más grande (comprendido en todo
sentido) desde nuestro diminuto punto de vista.
“Somos nuestra memoria, somos ese quimérico museo de formas
inconstantes, ese montón de espejos rotos”. Jorge Luis Borges
S.R.B.C.
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