Hemos puesto la palabra “fin” en
nuestra novela y tal vez acompañemos el tipeo con un suspiro de satisfacción.
Pero, ¿de verdad creen que el fin ha llegado?
A menos que seamos, como
escritores, tan perfectos como un reloj suizo, diría que con ese “fin”, a lo
sumo, hemos llegado a mitad de camino. Autocorrección, pulido,
reconstrucciones varias, reescritura inclusive.
Decálogo del
novelista inicial e intermedio
1) Asumiendo
que el texto, a esta altura (o desde un comienzo), lo tenemos en un archivo
“.doc”, y lo editamos con Word, vayamos a la opción “Buscar” (arriba y a la izquierda de la barra de herramientas, por
lo general), y a continuación escribamos la palabra “mente”. Si acaso somos
escritores apenas empollados (aunque también le ocurre a escritores más
avanzados) nos asombrará la cantidad de adverbios terminados en “–mente” que
encontraremos: finalmente,
afortunadamente, generalmente, rápidamente, lentamente, etc. Apuesto que,
si eres un escritor novel, tendrás como mínimo unos diez adverbios terminados
en “-mente” por página. ¡Gran error! Los adverbios terminados en “-mente”
entorpecen la lectura y tornan repetitiva, monocorde y, finalmente, aburrida
cualquier lectura. Será un trabajo muy laborioso, pero vayamos adverbio por
adverbio terminado en “-mente” y modifiquemos todos los que podamos. Ejemplos:
Según
valor semántico dado por el cotexto:
finalmente: al fin, por fin, al cabo,
después de todo, etc.
afortunadamente:
por fortuna, por suerte, gracias a la fortuna, de manera fortuita, etc.
generalmente:
por lo general, en general, casi siempre, etc.
rápidamente:
a gran velocidad, en un santiamén, en un segundo, de manera muy veloz, etc.
2) Otro
tanto ocurre con los conectores; sobre todo, con el conector “pero”. Lleven a
cabo la misma revisión automática con el buscador de Word, y también se verán
sorprendidos por la cantidad de “peros” utilizados. Alternativas:
Según
valor semántico dado por el cotexto:
aunque, sin embargo, no obstante, etc.
3) Es
de suma importancia no caer en la tentación de utilizar terminología
complicada, algo que a veces nos da la impresión de que lo que escribimos es de
mayor calidad. La complejidad hay que dársela a la trama, no al camino a través
del cual el lector recorre la trama. Para hacer un paralelismo: el lector tiene
que desenredar una soga (trama); al utilizar una terminología compleja y
dificultosa, lo único que hacemos es darle aspereza a la soga, la endurecemos,
la tornamos pegajosa (no pegadiza). En novela, si queremos decir “cielo”, no
digamos “la cúpula celestial”; y rara vez usaría “firmamento”. No estoy hablando
de no ser descriptivo: el escritor no debe relatar una noticia, debe dramatizar
y sumergir al lector en un mundo nuevo. Digo que se puede ser descriptivo con
terminología simple y dinámica.
4) No
dejarse llevar, sobre todo los autores muy inclinados hacia la descripción, por
el uso del recurso de la comparación: era
tan negro como el carbón; corrió tan rápido como un leopardo; el tiempo corría
tan lento como una tortuga; el asesino era frío como el hielo.
Según variables del cotexto,
podremos reemplazar por: tan negro que
podría confundirse con carbón (u otro objeto negro por naturaleza); corrió a la velocidad de un leopardo; el
tiempo parecía avanzar montado en una tortuga; la frialdad del asesino era
hielo puro.
Recuerden que no estoy hablando
de no utilizar comparaciones, sino de no abusar de ellas.
5) Evitar
secuencias de oraciones que rimen. Esto es más difícil de identificar; este
efecto antiestético puede buscarse al ser realizada la lectura general una vez
finalizado el borrador.
Juan echó un vistazo al otro lado del edificio y tomó carrera para
lograr un potente envión. Llevó a cabo la veloz corrida y, luego del
salto, logró aferrarse al barandal del balcón.
La solución es simple; bien puede
cambiarse alguna de las palabras que producen la rima, bien puede modificarse
el orden sintáctico.
6) Ya
que hemos escrito una novela entera y que hemos creado una cantidad, grande o
pequeña, de personajes, reveamos los nombres. Nunca es tarde para cambiarlos.
La elección de los nombres de los personajes de una novela resulta de vital
importancia; el nombre debe transmitir buena parte de las estructuras
psicológicas (y a veces, físicas) del personaje. Es una descripción tácita, que
sugiere, imprescindible. Al mismo tiempo, debe tratarse de un nombre simple, de
fácil acceso para la memoria del lector (sobre todo, en cuanto a personajes
secundarios). El nombre debe ser el “rostro” del personaje en las palabras
escritas del libro. Por tanto, revisemos los nombres y determinemos si nuestras
elecciones han sido acertadas, o si acaso hemos llamado Juanito al malo de la
película.
7) Hablando
de personajes… El tema de la descripción física de los personajes dependerá, en
buena medida, del género al que corresponda nuestra novela; también, desde
luego, vendrá de la mano de las preferencias del autor. En este punto será
necesario hacer un repaso por las respectivas descripciones (o la falta de
ellas) que hayamos efectuado a propósito de los entes ficticios que habitan
nuestro nuevo mundo.
Se recomienda no
ser demasiado específico y dejar que la imaginación del lector cree por sí sola
la imagen de los personajes. No estoy tan de acuerdo. De todas maneras, para
cada personaje habrá que resaltar este aspecto, o este otro, y mantener la
coherencia. Si en la página 100 hemos detallado “X dejó ver la cicatriz de su
pierna”, tendremos que ir hacia atrás, a la primera o segunda aparición de X, y
especificar, o sugerir, la existencia de esa cicatriz, si es que no lo hemos
hecho. De lo contrario, daremos idea de lo que realmente hicimos: improvisar
una trama sobre la marcha. No queremos dar esa impresión, hayamos improvisado o
no.
8) Regular
la intensidad de la narración: la intensidad está dada por la cantidad de
adjetivos utilizados, la extensión de las oraciones articulada por las pausas
dadas por las comas y los puntos, el uso de signos de exclamación, en síntesis,
la dramatización de determinada coyuntura narrativa.
La
sobreadjetivación, el abuso del uso de los signos exclamativos, oraciones muy cortas o
muy largas a lo extenso de varios párrafos, etc., abrumarán al lector de una
forma u otra, ya que este no encontrará respiro y se verá decepcionado al no
poder distinguir un simple pasaje conector de la trama de un pasaje en el cual
se pretenda alcanzar uno de los puntos climax
de la historia.
De esta forma,
para los pasajes conectores (esos párrafos, o hasta capítulos enteros, que
conectan temporal o locacionalmente una parte de la trama con otra) la mejor
opción es la utilización de oraciones relativamente largas, párrafos
relativamente cortos y adjetivación de intermedia a baja (diría: un adjetivo
cada 10 sustantivos –esto no es más que un dato que parte de mi preferencia
personal y, por supuesto, no es preciso sino aproximativo-). En cambio, en los
momentos climax, más vale oraciones
cortas, adjetivos fuertes y más abundantes para sumergir al lector en la
escena, y párrafos largos plagados de punto y seguido, ya que con esto la tensión
del lector irá in crescendo.
9) Primer
capítulo. Iría más allá: primera página. Un factor común de varias editoriales que
está dado por el inmenso número de originales que reciben, es el de descartar
novelas tras la lectura de la primera página.
Por interesante
que resulte la sinopsis que hayamos confeccionado para nuestro libro, ya desde
la primera página deberemos dejar en claro tres aspectos fundamentales para el
interés de un editor: nuestro estilo, la potencialidad de nuestra calidad
creativa y el dejar en claro hacia dónde iremos ya desde el vamos.
En consecuencia, si notamos que nuestra primera página resulta aburrida, dice
poco y mal, y no da idea de posible destino, o bien suplantamos ese primer capítulo
por otro o, en todo caso, ideamos un prólogo que esté regido por la presencia
de los tres matices mencionados que acaso nos den el paso a otra instancia de
lectura.
10) Por
último, tal vez la palabra más detestada por los autores que están comenzando: “reescritura”.
La sola idea de reescribir toda una novela que me hubo tomado meses escribir,
lo confieso, me quitaba las ganas de respirar cuando la pensaba, en mis inicios
(si bien admito que mi trayectoria es corta como para hablar de “mis inicios”).
La idea de
reescritura enseguida remite a la idea de fracaso. Nada más alejado de la
realidad. Si notamos (por nosotros mismos o por algún entendido) que nuestro
libro no tendrá oportunidades en el mundo editorial, por la razón que fuere:
historia poco “vendible”, historia trillada, calidad literaria insuficiente,
etc., aceptar una reescritura comportará para nosotros un crecimiento; y es un error considerar que cualquier tipo de crecimiento resulte un
fracaso personal. No somos más que un niño que está aprendiendo a caminar.
Ahora imaginemos a un niño que se rinde ante el primer tropezón… ¡Cuánto perdería!
Algunos consejos
pueden servir más que otros: por lo general, los más básicos son los que más
hay que atender; al menos, en un principio. No hay manuales. Cada autor hace su
camino y busca sus objetivos. Lo importante es que la escritura no sea una
frustración, sino un lugar de paz, creatividad y vida.
S.R.B.C.
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